El elevado consumo de medicamentos ha generado una alta emisión de contaminantes emergentes. © Cris Barredo/Latitud 42
Por Santi Serrat
Publicado en We Are Water. Premiado en iAgua Magazine
2016 al Mejor Reportaje.
Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos vertimos por los desagües de nuestras casas una amplia variedad de contaminantes.
Hasta hace un par de décadas la mayoría éramos conscientes de muchos de ellos que creíamos biodegradables o más o menos controlados.
Pero en la actualidad ha surgido una realidad inquietante: hay muchos más contaminantes en el agua de los que pensábamos, no son biodegradables y cada día se detectan más. La mala noticia es que gran parte de ellos se deben a productos de consumo de uso habitual en nuestros hogares y es difícil eliminarlos o no sabemos aún cómo; la buena es que está en nuestra mano reducirlos y, en muchos casos, eliminarlos. Las depuradoras no pueden con ellos.
El objetivo del saneamiento en las ciudades es simple: devolver el agua al medio tal y como la tomamos sin tener que pensar en ello. Es tan sencillo y estamos tan acostumbrados, que muchas veces nos olvidamos de que la infraestructura que hace posible hacer desaparecer el agua sucia es compleja y costosa. Estas preciadas instalaciones, sin las que no podríamos vivir tal como lo hacemos, se están volviendo impotentes para eliminar un buen número de nuevos contaminantes que están en nuestras vidas y que muchas veces, inconscientemente, vertemos al agua. Son los contaminantes emergentes, uno de los más preocupantes problemas que afectan al agua y, en consecuencia, a todo el planeta.
Damià Barceló, director del Instituto Catalán de Investigación del Agua, y uno de los científicos que más de cerca siguen la contaminación del agua en España, los define escueta y claramente: “Un contaminante emergente es un contaminante previo a la legislación”. Es decir, es un contaminante cuya presencia o efectos nocivos han sido detectados recientemente y sobre el que las Administraciones aún no han dictaminado medidas restrictivas. ¿Por qué? Sencillamente porque los científicos aún no han determinado con exactitud su grado de nocividad para el medio ambiente y las personas, y porque todavía no se han definido con claridad las tecnologías y, sobre todo, los presupuestos necesarios para que los sistemas de depuración puedan eliminarlos con garantías. Los contaminantes emergentes son pues los que más están centrando la acción de la ciencia del agua, y los que más noticias van a generar.
Cómo y con qué contaminamos
Nos convertimos en contaminadores activos cuando por ignorancia lanzamos al inodoro fármacos caducados (se calcula que en Madrid, por ejemplo, se vierten 4,7 kg diarios de medicamentos), toallitas húmedas, pequeños envoltorios plásticos, preservativos, palitos para las orejas y un largo etcétera de productos que perjudican notablemente el funcionamiento de las depuradoras y para los que no existe todavía una tecnología útil para su eliminación masiva. Este tipo de contaminación activa es evitable al 100 %, basta con no hacerla: devolver los fármacos caducados a las farmacias, usar las bolsas de reciclaje para los residuos sólidos, o simplemente recordar que el inodoro no es el cubo de la basura.
Sin embargo, en general, a los ciudadanos no se nos puede considerar generadores de contaminantes emergentes, más bien somos transportadores de los mismos. Y esta contaminación es prácticamente imposible de evitar: es inherente a nuestro nivel y estilo de vida, pues los contaminantes se encuentran en los productos que consumimos.
Para hacernos un idea de cómo convivimos íntimamente con estas sustancias sigamos un día en la vida de una familia promedio de una ciudad. Podemos empezar con los restos de medicamentos que nuestro organismo no ha asimilado y que excretamos por la orina. He aquí algunos de los habituales detectados en el agua de nuestros ríos y mares, y los efectos que sabemos están causando en el medioambiente:
- Antiinflamatorios y analgésicos, como el ibuprofeno y el diclofenaco que los últimos años han experimentado un espectacular incremento. Están afectando la salud de muchas especies de peces y algas.
- Medicamentos antidepresivos, otras sustancias en auge, como el diazepán. Se ha comprobado que afectan al desarrollo de algunos anfibios, como las ranas.
- Residuos de los anticonceptivos como los estrógenos (hormona sexual femenina) son también abundantes. Se está estudiando su efecto de feminización de los peces.
- Los antibióticos como la amoxicilina y el sulfametoxazol. Pueden provocar reacciones alérgicas y otras disfunciones.
- Reguladores del colesterol, como el bezafibrato, que son fármacos frecuentes en la población mayor de 40 años. Afectan al metabolismo de los peces.
¿Cuántas familias hay en nuestras ciudades que no envíen por lo menos una vez al mes al inodoro alguno de estos compuestos? Pocas, a tenor de los datos de consumo farmacéutico de que disponemos.
Pero la lista sigue más allá de la medicación. Nuestra higiene personal matutina vierte al desagüe un buen número de contaminantes:
- Lavarse los dientes y enjuagarse con un colutorio también carga el agua residual de sustancias nocivas, como el triclosán.
- En las cremas cosméticas y en las de protección solar se suele utilizar el dióxido de titanio como blanqueante, que también está presente en los dentífricos que prometen sonrisas deslumbrantes. En este caso nos encontramos con nanopartículas que son materiales que tienen de 1 a 100 nanómetros de tamaño (1 nanómetros es una millonésima parte de un milímetro) que han configurado un nuevo tipo de contaminante emergente de cuyos efectos nocivos aún sabemos poco.
Pero no sólo es el cuarto de baño el principal foco de contaminación doméstica. Por toda la casa tenemos los perfluorados que recubren muchas sartenes, tejidos, alfombras y recipientes alimentarios y que estamos casi constantemente lanzando al agua.
Al hacer la colada, además de los detergentes y suavizantes que muchas veces cargamos de más, se nos cuela otro nanomaterial del que muy pocos conocemos su existencia: las partículas de plata presentes algunas prendas como los calcetines para evitar su mal olor. La plata iónica destruye las bacterias, hongos, virus y protozoos, es un antimicrobiano ancestral, pero ahora ha aparecido en concentraciones alarmantes en el agua proveniente del lavado de la ropa.
Por el momento no los depuramos, tenemos que concienciarnos y restringirlos
Estos contaminantes no sólo afectan al medioambiente, son nocivos para nuestra salud y es muy preocupante que estén en el agua. Para acabar con ellos en las depuradoras todavía no tenemos las tecnologías adecuadas.
Como bien comenta Barceló “una depuradora que eliminase completamente los contaminantes sería mucho más cara. Tendría que tener terciarios, nanofiltradores, sistemas todos ellos mucho más complejos”. Y aquí nos topamos con un problema de gobernanza: como los contaminantes emergentes no están legislados, las Administraciones no afrontan el elevado coste que requiere la adaptación de las depuradoras, que finalmente acabaría revirtiendo en el recibo del agua, una medida impopular pero que parece inevitable si queremos que ésta tenga la mejor calidad posible.
Barceló señala la importante labor que la ciencia juega aquí para detectar nuevos contaminantes del agua y estudiar sus efectos nocivos: “Por el momento lo que hacemos los científicos es investigar. Hay miles de contaminantes emergentes. Se hacen rastreos de determinados grupos de contaminantes en función de lo que se quiere estudiar o evaluar en determinado caso. Es un tema muy abierto y complejo que requiere de unos laboratorios costosos, pues tenemos que utilizar técnicas que son caras, como la espectrometría de masas, equipos que cuestan entre 200 y 300 mil euros”.
Como ciudadanos, con los contaminantes emergentes domésticos entramos en una paradoja muy similar a otras que se dan en el complejo mundo del medio ambiente: cuanto más limpiamos en nuestras casas, en nuestras ciudades, más consumimos y más residuos lanzamos fuera; cuanto más limpios e higiénicos somos en nuestra vida personal, más productos nocivos dispersamos en la naturaleza; cuanto más nos medicamos, más potencialmente podemos afectar la de otros seres vivos de los que depende nuestro equilibrio ecológico.
La cuestión es complicada, no podemos hacer marcha atrás en muchos hábitos de consumo, algunos imprescindibles para una vida de calidad, pero tenemos que concienciarnos y responsabilizarnos de cuidar en nuestra medida el preciado saneamiento que nos permite vivir como lo hacemos. Tomemos las dosis justas de medicamentos, no nos automediquemos (cosa que por otra parte es un peligro para la salud,) y usemos las dosis justas de cremas, jabones, dentífricos y un largo etcétera de productos de los que muchas veces abusamos. Es bueno recordar que casi 2.500 millones de personas en el mundo no disponen de saneamiento adecuado, este servicio calificado por las Naciones Unidas como un derecho humano. Los que lo tenemos ¡Cuidémoslo!