Aunque también usaban otro tipo de embarcaciones, el navío vikingo más característico fue el drakkar, “dragón” en nórdico antiguo. Largo y estrecho –el más grande recuperado tiene 35 metros de eslora –, el drakkar les permitía moverse en sitios donde había muy poca agua gracias a un bajísimo calado de apenas medio metro, una innovación para la época. Superponer las tablas que conforman el casco del barco, a la hora de construirlo, hacía que fuese muy flexible. También eran naves simétricas, iguales por la proa que por la popa, algo que facilitaba virar a gran velocidad. Eran barcos hechos para transportar personas e ir muy rápido, que en condiciones favorables podían alcanzar cerca de los 30km/h (16 nudos).
Los drakkar se convirtieron en el mayor exponente militar de los escandinavos, ya que sus características les permitían navegar tanto por aguas del Atlántico como del Mediterráneo. “Hasta bien entrada la Edad Media, los barcos de las civilizaciones mediterráneas no pudieron navegar de forma fiable en el Atlántico, mientras que los vikingos tenían naves adaptadas a cualquier mar desde mucho antes”, recuerda David Fernández Abella, arqueólogo subacuático experto en historia medieval.
PIEDRAS SOLARES PARA ORIENTARSE
Además de la ventaja que les daban sus embarcaciones, los vikingos alcanzaban sus objetivos con rapidez porque sabían ubicarse por el sol incluso en días nublados. “El uso de una piedra solar lo conocemos por los escritos de monjes, que lo citan al hablar de los vikingos. Esta piedra refleja la luz del sol y, dependiendo de hacia dónde, permite conocer su ubicación”, explica Irene García Losquiño, experta en edad vikinga, recién llegada a la Universidad de Alicante desde la de Upsala en Suecia. Losquiño continúa: “Si tú ves el sol es fácil orientarte. Esta piedra solar era para situaciones en que había nubes en el mar, pero también cuando las había mientras caminaban entre montañas o en un bosque”.
Así, aunque no disponían de brújula, “en alta mar podían situarse gracias al espato de Islandia —una variedad de calcita—, que funciona como polarizador, dejando ver un ligero brillo allá donde está el sol”, profundiza Manuel Velasco. En sus viajes por el Atlántico Norte, los vikingos también solían llevar jaulas con cuervos, para soltarlos y comprobar si había tierra cerca. Si las aves no volvían es que la habían encontrado. “Los pilotos expertos incluso sabían interpretar detalles como el color del mar para orientarse”, afirma Velasco.